Las guerras son algo que no tenemos que permitir. Matar no es la solución. Cada día estamos matándonos entre nosotros, entre herman@s.
La guerra no debe ser la solución a ningún problema independientemente de la magnitud de esta, por lo tanto estamos obligados a encontrar entre todos una solución digna, ética y humana.
Aunque parezca que a nosotros esto no nos influía, si que lo hace porque perjudica a la raza humana, una raza en la que todos somos participes y en la que nos tenemos que ayudar, como herman@s que somos.
Cada vez que una gota de sangre es vertida en el campo de guerra, la tierra llora y una lágrima es vertida hacia nosotros y desaparece en el espacio con el llanto de una madre y un padre al darse cuenta de que no volverán a ver la sonrisa de su hij@ que por culpa de alguien fue asesinada en la asquerosa, mugrienta, manipulada y sucia GUERRA.
Históricamente,
siempre ha habido diversas rivalidades entre los seres humanos. Desde
los hombres de las cavernas hasta nuestra época; conquistas, cruzadas,
duelos, envidias, conflictos existenciales y guerras.
La
guerra no es ajena al discurso político, mucho menos en tiempos
electorales. Enfrentamientos verbales, grabaciones ilegales, estrategias
de comunicación, gabinetes, gestión de las crisis de comunicación,
imagen o metidas de pata, la campana electoral no solo está exenta, sino
es el clímax de (des) encuentros de mensajes, posturas o propuestas de
tres corrientes partidistas. Una guerra normalmente sin muertos.
No
encuentro extraño que las plataformas de gobierno se diferencien o
coincidan en algunos temas, lo que me parece normal. Más bien creo que
ninguno de los tres principales candidatos difieren tanto en sus
propuestas. Hasta el momento no creo que exista el candidato que esté
dispuesto a sacrificar poder, reconocimiento y gloria por intentar
llevar a cambio un cambio profundo en el país.
Tampoco
veo ganas o intención de construir un verdadero gobierno en alianza con
los ciudadanos, empresarios, intelectuales, campesinos, obreros,
artistas, por más que lo predique quien lo predique. O por lo menos no
soy capaz de encuentrar indicios. Será
Lo que veo cada día es más indiferencia hartazgo, apatía, coraje, frustración o resignación.
Me
doy cuenta cuando me hablan de las cifras de niñas violentadas
sexualmente y detectadas en hospitales públicos, con las notas de prensa
sobre el caso Cassez, cuando escucho los spots o cuando cada día soy
escucha invisible de los insultos verbales de mis vecinos o los
atropellos al peatón; la incivilidad con el servicio doméstico, cuando
protegen a delincuentes o detienen reformas o procesos. Cuando se viola
el Artículo 39 de la Constitución Política.
Por esto, no espero nada diferente de esta campaña electoral que sea distinto o constructivo.
El
discurso del PAN, en particular de este sexenio ha sido violento,
caótico. Estalló una guerra sin ningún tipo de plan, por lo menos no del
conocimiento público, y con esto me refiero a la guerra contra el
narco.
Ha
sido altivo, últimamente el Presidente da patadas de ahogado, en su
intento de salvar lo insalvable. La confianza y el tejido social se han
roto, pero siguen las discusiones inútiles en las cámaras, los chismes
políticos y los insultos explícitos o velados entre candidatos, partidos
o actores de relevancia política o social.
El discurso del nuevo priismo me huele a viejo y el del PRD me sabe extraño.
El "Pinche Sota" de Josefina Vazquez Mota muestra su pobre interacción
No
solo no se conforman con 50,000 muertos, sino abundan en engrosar el
discurso de la guerra, que tiene su base en el discurso del miedo, aquel
que me hace parecer escéptica del futuro de nuestro país, no por la
calidad y capacidad de los mexicanos, sino por la incapacidad de diálogo
civilizado por parte de la clase política.
Quizá por eso me abstenga o anule mi voto, porque me parece que votar "por el menos peor"
- See more at: http://desmesura.org/firmas/el-discurso-de-la-guerra#sthash.J0m26tYA.dpuf
Históricamente,
siempre ha habido diversas rivalidades entre los seres humanos. Desde
los hombres de las cavernas hasta nuestra época; conquistas, cruzadas,
duelos, envidias, conflictos existenciales y guerras.
La
guerra no es ajena al discurso político, mucho menos en tiempos
electorales. Enfrentamientos verbales, grabaciones ilegales, estrategias
de comunicación, gabinetes, gestión de las crisis de comunicación,
imagen o metidas de pata, la campana electoral no solo está exenta, sino
es el clímax de (des) encuentros de mensajes, posturas o propuestas de
tres corrientes partidistas. Una guerra normalmente sin muertos.
No
encuentro extraño que las plataformas de gobierno se diferencien o
coincidan en algunos temas, lo que me parece normal. Más bien creo que
ninguno de los tres principales candidatos difieren tanto en sus
propuestas. Hasta el momento no creo que exista el candidato que esté
dispuesto a sacrificar poder, reconocimiento y gloria por intentar
llevar a cambio un cambio profundo en el país.
Tampoco
veo ganas o intención de construir un verdadero gobierno en alianza con
los ciudadanos, empresarios, intelectuales, campesinos, obreros,
artistas, por más que lo predique quien lo predique. O por lo menos no
soy capaz de encuentrar indicios. Será
Lo que veo cada día es más indiferencia hartazgo, apatía, coraje, frustración o resignación.
Me
doy cuenta cuando me hablan de las cifras de niñas violentadas
sexualmente y detectadas en hospitales públicos, con las notas de prensa
sobre el caso Cassez, cuando escucho los spots o cuando cada día soy
escucha invisible de los insultos verbales de mis vecinos o los
atropellos al peatón; la incivilidad con el servicio doméstico, cuando
protegen a delincuentes o detienen reformas o procesos. Cuando se viola
el Artículo 39 de la Constitución Política.
Por esto, no espero nada diferente de esta campaña electoral que sea distinto o constructivo.
El
discurso del PAN, en particular de este sexenio ha sido violento,
caótico. Estalló una guerra sin ningún tipo de plan, por lo menos no del
conocimiento público, y con esto me refiero a la guerra contra el
narco.
Ha
sido altivo, últimamente el Presidente da patadas de ahogado, en su
intento de salvar lo insalvable. La confianza y el tejido social se han
roto, pero siguen las discusiones inútiles en las cámaras, los chismes
políticos y los insultos explícitos o velados entre candidatos, partidos
o actores de relevancia política o social.
El discurso del nuevo priismo me huele a viejo y el del PRD me sabe extraño.
El "Pinche Sota" de Josefina Vazquez Mota muestra su pobre interacción
No
solo no se conforman con 50,000 muertos, sino abundan en engrosar el
discurso de la guerra, que tiene su base en el discurso del miedo, aquel
que me hace parecer escéptica del futuro de nuestro país, no por la
calidad y capacidad de los mexicanos, sino por la incapacidad de diálogo
civilizado por parte de la clase política.
Quizá por eso me abstenga o anule mi voto, porque me parece que votar "por el menos peor"
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Históricamente,
siempre ha habido diversas rivalidades entre los seres humanos. Desde
los hombres de las cavernas hasta nuestra época; conquistas, cruzadas,
duelos, envidias, conflictos existenciales y guerras.
La
guerra no es ajena al discurso político, mucho menos en tiempos
electorales. Enfrentamientos verbales, grabaciones ilegales, estrategias
de comunicación, gabinetes, gestión de las crisis de comunicación,
imagen o metidas de pata, la campana electoral no solo está exenta, sino
es el clímax de (des) encuentros de mensajes, posturas o propuestas de
tres corrientes partidistas. Una guerra normalmente sin muertos.
No
encuentro extraño que las plataformas de gobierno se diferencien o
coincidan en algunos temas, lo que me parece normal. Más bien creo que
ninguno de los tres principales candidatos difieren tanto en sus
propuestas. Hasta el momento no creo que exista el candidato que esté
dispuesto a sacrificar poder, reconocimiento y gloria por intentar
llevar a cambio un cambio profundo en el país.
Tampoco
veo ganas o intención de construir un verdadero gobierno en alianza con
los ciudadanos, empresarios, intelectuales, campesinos, obreros,
artistas, por más que lo predique quien lo predique. O por lo menos no
soy capaz de encuentrar indicios. Será
Lo que veo cada día es más indiferencia hartazgo, apatía, coraje, frustración o resignación.
Me
doy cuenta cuando me hablan de las cifras de niñas violentadas
sexualmente y detectadas en hospitales públicos, con las notas de prensa
sobre el caso Cassez, cuando escucho los spots o cuando cada día soy
escucha invisible de los insultos verbales de mis vecinos o los
atropellos al peatón; la incivilidad con el servicio doméstico, cuando
protegen a delincuentes o detienen reformas o procesos. Cuando se viola
el Artículo 39 de la Constitución Política.
Por esto, no espero nada diferente de esta campaña electoral que sea distinto o constructivo.
El
discurso del PAN, en particular de este sexenio ha sido violento,
caótico. Estalló una guerra sin ningún tipo de plan, por lo menos no del
conocimiento público, y con esto me refiero a la guerra contra el
narco.
Ha
sido altivo, últimamente el Presidente da patadas de ahogado, en su
intento de salvar lo insalvable. La confianza y el tejido social se han
roto, pero siguen las discusiones inútiles en las cámaras, los chismes
políticos y los insultos explícitos o velados entre candidatos, partidos
o actores de relevancia política o social.
El discurso del nuevo priismo me huele a viejo y el del PRD me sabe extraño.
El "Pinche Sota" de Josefina Vazquez Mota muestra su pobre interacción
No
solo no se conforman con 50,000 muertos, sino abundan en engrosar el
discurso de la guerra, que tiene su base en el discurso del miedo, aquel
que me hace parecer escéptica del futuro de nuestro país, no por la
calidad y capacidad de los mexicanos, sino por la incapacidad de diálogo
civilizado por parte de la clase política.
Quizá por eso me abstenga o anule mi voto, porque me parece que votar "por el menos peor"
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